Para volver a meternos un poco en el ambiente de Eliminatorias, recordemos esta historia que contamos hace muchos años aquí en este sitio (puta madre, aún no nos hemos acabado), pero con esta versión mejorada, corregida y menos perrata que la original. Esta es la historia de la chambonada más grande que ha pasado en unas Eliminatorias sudamericanas: el Bengalazo en el Brasil – Chile de las Eliminatorias a Italia 90 en el Maracaná, también conocido como «El Condorazo».

Antecedentes: La Masacre del Chateau Carreras

Si preguntamos a qué Mundiales de Fútbol (entiéndase fases finales: supuestamente el Mundial empieza con las eliminatorias) ha ido Brasil, hasta la tía suya que reenvía cada meme con mensaje motivacional de Gálatas 7:12 le salta: “A todos, mijo, eso lo sabe todo el mundo”. Ahora, si preguntamos si alguna vez Brasil ha parido para clasificar a un Mundial, ahí si cualquiera se pone a pensar un rato. Al toque alguien dice “Claaaaro, en el 2002 con Luiz Felipe Scolari clasificaron recién en la última fecha, después de estar penando toda la eliminatoria con Vanderley Luxemburgo”. Bueno, puede ser, aunque refutaremos que esa última fecha le tocó de local contra Venezuela. O sea, el nivel de susto bajó a un -1 en escala parto. Y ahí sí empiezan todos a googlear y a averiguar casos puntuales, que en realidad no son de Brasil pariendo para clasificar sino Brasil clasificando dando pena, lo que es muy diferente.

Entonces hablemos de 1989 y de las eliminatorias sudamericanas a Italia 90. Recordemos que en esos lejanos tiempos de colores neón y peinados Alf, las selecciones sudamericanas estaban divididas en varios grupos, no en uno sólo como hoy. En esos días sí que era más fácil quedarse por fuera: algún grande pegaba una mala racha y decía chao en cuatro partidos, como le pasó a Argentina contra Perú en el 70, o a Uruguay contra ¡Bolivia! (que quedó fuera después en sendos repechajes de los que contaremos en el futuro) en el 78 y contra Perú en el 82. Eran grupos de tres o cuatro que, salvo alguna excepción como en el 86, quedaban fuera de todo del segundo para abajo. Así, simple y letal como una echada por WhatsApp.

Para las eliminatorias de Italia 90 no jugaba Argentina por su condición de campeón mundial vigente, por lo que los nueve equipos fueron apilados en tres grupos: el primero con Uruguay, Bolivia y Perú (terminó clasificando Uruguay con algo de susto); el segundo con Colombia, Paraguay y Ecuador (clasificamos nosotros), y el último con Brasil, Chile y Venezuela, eje de éste partido que hablaremos hoy.

Para esa ocasión el Todopoderoso Bra-sil afrontaba, por primera vez en muchos años, las eliminatorias con una sarta de interrogantes saturándole el asterisco. Porque hacía apenas dos añitos la selección chilena, para sorpresa de todo el planeta – incluyendo a los mismos chilenos -, le pegó a Brasil un terrible e inesperado baile por 4-0 en la Copa América del 87, en el último partido del grupo que compartían con (casualmente) Venezuela. Para esa ocasión Brasil hubiese pasado a semifinales con un empate, y por eso salieron contra los chilenos más confiados que los que votamos por el «SÍ» en el plebiscito por los Acuerdos de Paz de 2016. Porque, ¿cuándo se había visto a un equipo chileno ganar un partido por goleada ante un poderoso? Es más, ¿cuándo se había visto a un equipo chileno ganar un partido ante un poderoso? Aún más: ¿cuándo se había visto a un equipo chileno ganar un partido jodido? Pero contra todos los pronósticos que apostaban 1400-1 y encimaban un pedacito de la Patagonia a una victoria chilena, los australes se desataron ese día y gastaron los goles que le quedaban de la década contra unos brasileños que veían pasar asombrados a los delanteros chilenos como si éstos estuvieran invadiendo las salidas al mar de los vecinos.

La cosa no fue de casualidad: Chile tenía uno de los mejores equipos (al menos, de los más contundentes) de su historia, empezando por su arquero, el grandísimo Roberto “El Cóndor” Rojas, para muchos el mejor portero de la historia del fútbol sísmico, un arquero de esos de antes, que aparte de tener liderazgo era capaz de atajarse un avión. Delante de él estaba un defensor central de los que de vez en vez saca Chile: rocoso, áspero pero leal para jugar y con gran salida: Fernando Astengo, y que no los engañe su Buenas Peras look, el tipo era un crack.

El gran «Cóndor»
Fernando Astengo

Estaban además varios habitués de las selecciones chilenas por muchos años los volantes Jaime Pizarro, Patricio Mardones, Jorge “El Coke” (sí, así le decían) Contreras y el ídolo del Cobreloa Héctor “Siete Pulmones” (no joda, que no es paja, así le decían) Puebla. Y tenía arriba a dos delanteros más peligrosos que un veneno vencido: Juan Carlos Letelier e Ivo Basay. A Letelier ya se lo conocía de antes (de hecho jugó – e hizo gol- en España 82), a Basay no lo identificaban ni en la tienda de la esquina de su casa, pero desde éste partido comenzó a labrar una carrera bastante respetable. Los dos hábiles, pequeñines y rapidísimos delanteros eran un terror jugando al contragolpe, cosa que cuadraba perfecta con la táctica preferida del DT chileno Orlando Aravena, con mucho tino para aprovechar las virtudes de su equipo.

Así que en el 89 los brasileños tenían todos los motivos para no dar por sentada la clasificación, porque si se descuidaban, los chilenos le ganaban de mano la clasificación a Italia 90. Afortunadamente para ellos tenían un tremendo equipo (bah, cuándo no…), con Ricardo Gomes, Branco, Dunga, Valdo, Silas, Careca, Romario y Bebeto, entre otros, bajo el mando del polémico pero camellador Sebastião Lazaroni, joven técnico al que criticaban en Brasil los puristas (o sea, el 95% de la afición) por sus innovaciones tácticas orientadas a fortalecer la defensa más que el juego ofensivo. La más notoria que impuso Lazaroni fue el uso de un quinto defensa (generalmente el del Botafogo Mauro Galvão), detrás de la línea de cuatro, revolucionario sistema que ya tenía como 25 años de uso, pero ajá, eso generó notoriedad en su momento… como Brasil ganó con bastante categoría la Copa América del 89, las críticas se apagaron casi que abruptamente.

Pero el fantasma chileno estaba ahí, latente, y la posibilidad de una eliminación resaltaba de vez en cuando en el horizonte. Los brasileños tenían otra ventaja grande: el azar (cofcofcofcof) dispuso que el último partido del grupo enfrentaba a brasileños contra chilenos en el Maracaná. Así que todo se reducía a la carrera por ver quién le metía más goles a los pobres venezolanos, eternas cantimploras de las eliminatorias hasta hace poco, para clasificar por gol diferencia. ¿Cómo iba a ser el asunto?

La Batalla de Santiago versión n

Las Eliminatorias para Brasil y Chile de 1990 comenzaron el 30 de julio de 1989, con el acostumbrado paseo brasileño por Caracas cada cuatro años: esa vez fue un tibio 4-0 (goles de Branco, Romario y dos de Bebeto) que no dejó conforme a la torcida verdeamarelha: se daba por hecho que los chilenos iban no solo a ganar sino a golear a los venecos en la siguiente fecha, por lo que una diferencia de cuatro goles se veía como casi nada teniendo en cuenta que Chile tenía un combo infernal adelante. Que para ajustar estaba reforzado con dos nombres pesados en la historia del fútbol chileno: uno era el bestial romperredes Jorge “El Mortero” Aravena (por esos días en Puebla FC), volante de creación cuya virtud más que crear era lanzar unos hps misilazos que generalmente se clavaban en el ángulo del arco contrario. Del “Mortero” daba la impresión que no lo podías dejar por fuera de la alineación ni por el carajo, porque era tiro libre y ay marica, pelota en movimiento y ay Diosito, rebote en el aire y ay mi madre. Así que la mejor estrategia era dejarlo que jugara en el medio, no estorbase el flujo de juego y que pateara cualquier cosa que le pusieran en frente. El otro que se sumó al equipo fue un ídolo histórico del fútbol chileno, el tremendo delantero Patricio “El Pato” Yañez (del Betis), en plena madurez futbolística y con ganas de volver a un Mundial después de su fallida experiencia en 1982. Ah, y como alternativa los chilenos tenían a un delantero de 22 años que insinuaba bastante, un tal Iván Zamorano, en esos tiempos en el fútbol suizo. Si a estos le sumabas a los ya mencionados Basay y Letelier te das cuenta que los chilenos tenían una delantera que metía más miedo que unos síntomas de gripa en 2020.

Pero tanta calidad en el ataque de La Roja no se materializó en la segunda jornada del grupo, el 6 de Agosto de 1989 en el Brígido Iriarte de Caracas. Temprano el encuentro pintaba para vendaval de los telúricos, porque apenas a los cinco minutos Aravena metió de un balón suelto el 1-0. Pero los chilenos se engorilaron, y a pesar de meter el 2-0 parcial a los 34 del primer tiempo – un bombazo al ángulo de Aravena -comenzaron a perder fuelle; tanto que a los 20 del segundo tiempo descontaron los locales tras una jugada en la que los defensas y el arquero visitantes se miraron entre ellos. Finalmente Iván Zamorano – recién ingresado por un gris Ivo Basay – metió el 3-1 de tremendo cabezazo que no se movió más. Con un partido cada uno en la visita ante el más débil del grupo, los brasileños agarraron la ventaja: ahora Chile tenía que ganarle sí o sí a Brasil en Santiago en la siguiente fecha para no depender del gol diferencia.

Una semana después vino el esperado Chile-Brasil en Santiago, en un estadio Nacional lleno de expectativa en tribunas, vestuarios y cancha que generaron una atmósfera irrespirable de lo tóxica que era. Y esto se notó en un encuentro asperísimo, con ambos equipos provocándose y tirándose codazos apenas disimulados, puyas y mala onda (el crack Romário, tan letal con la marrulla como lo era en la red, se ganó la amarilla antes de comenzar el partido por provocar) y que derivó en jugadas como una cipote de patada de Raúl Ormeño a la rodilla de Branco en la mitad de la cancha (!) recién comenzando el partido. El árbitro del encuentro, el conocido por nosotros Jesús “Chucho” Díaz, le sacó apenas la amarilla al chileno pero en el mierdero posterior a la jugada expulsó a Romário y así el nivel de mala leche y parto fue in crescendo. A propósito: con la mano en el corazón, al popular “Chucho” el encuentro lo desbordó desde el principio, en el que se demoró esta vida y la otra en dar inicio al encuentro mientras sacaba a fotógrafos y sapos de la cancha; y en el partido como tal aparte de la de Ormeño –que igual se fue expulsado por otra falta posterior – perdonaría como dos rojas más.

El DT Orlando Aravena para el encuentro mandó de inicialistas a Yáñez y Zamorano – suplente en Caracas una semana antes – adelante apoyados por el infaltable “Mortero” Aravena y Hugo Rubio en el medio e Hisis y Puebla por las bandas, pero los locales nada que podían descifrar la cerrada defensa de los brasileños. A los visitantes esa tarde-noche les cayó de perlas el sistema de Lazaroni ante un equipo de Chile que, en el fondo, se sentía mejor esperando y matando de contra a punta de velocidad y desborde que proponiendo de una; así que se dedicaron a aguantar y jugar con el desespero de los chilenos, que se la pasaron todo el partido ataque que ataque desordenadamente sin poder concretar algo claro. Y peor, cada vez que los brasileños contragolpeaban (¡precisamente ellos!) juntando a Mazinho, Valdo, Silas y Bebeto hacía que 50.000 pares de huevos desafiaran las leyes de la anatomía al alojarse en las 50.000 respectivas gargantas.

Pero si el panorama estaba gris para los chilenos, a los 63 minutos se puso negro cuando, en una jugada de pinball entre sus propios defensores, se fue arriba Brasil con un autogol bastante marica. El desespero de los locales se hizo palpable, y casi que no los dejaba pensar a pesar que llegaban muy seguido, aunque caóticamente, al arco de Taffarel. Por ejemplo, hubo una jugada en el área brasileña muriendo el encuentro que describe lo que fue ese partido: fue de esas angustiantes en las que el balón rebota para aquí y para allá mil veces al frente del arco y que lo dejan a uno con la cabeza entre las manos y la mirada de pasmo, en la que ni los de rojo ni los de amarillo atinaron a pegarle de lleno a la pelota sea para mandarla a la mierda o para meterla adentro; la pelota paseó de un lado a otro en frente del arco rodeada de como mil jugadores encima, y terminó en la raya con un cargamontón de chilenos y brasileños encima del arquero. ¡Qué parto! El trámite del partido y el marcador siguieron así hasta el final, y ya los brasileños estaban metiendo en sus cuentas la victoria que casi que los clasificaba a Italia 90.

Pero afortunadamente para Chile y el morbo de los neutrales, los de rojo empataron el partido de milagro ya faltando minutos para el pitazo final, con una jugada muy confusa y que contó con un poquitín de ayuda del juez barranquillero Jesús “El Chucho” Díaz. A los 38 min del segundo tiempo el recién ingresado Basay se pierde el gol solito frente a Taffarel, que agarró el balón tranquilo tras el remate del chileno. El arquero hizo la que acostumbran sus colegas en jugadas y circunstancias similares: hacerse el marica pasándose el balón de una mano a otra y rebotarlo y volverlo a agarrar, para así comerse unos segunditos antes de despejarla. Ahí supuestamente (no fue muy claro en su momento ni se nota en los videos que sobreviven hoy), “Chucho” sancionó tiro libre indirecto en el área brasileña por retención excesiva del balón por Taffarel, y los chilenos se pusieron mosca: antes que los de amarillo armaran la barrera y mientras se hablaban entre ellos, “El Mortero” Aravena corre, le saca la pelota de las manos al arquero brasileño (que se la dejó quitar como un agüevado), la coloca en el piso y cobra para Ivo Basay en el área chica que la embocó. 1-1 que no se movió más.

Medio falta de códigos de los chilenos, pero como fue contra los brasileños se les perdona. El encuentro terminó en medio de protestas de uno y otro lado y de un amago de tángana en el que estuvo metido e DT Lazaroni. El comportamiento del respetable en ese encuentro, como dirían los periódicos, dejó mucho que desear, por lo que la Conmebol decidió sancionar a la selección chilena para el partido que le restaba de local en esas Eliminatorias: tendrían que jugarlo en un país neutral. ¿Manito para Brasil? Interpreta mi silencio…

Intermedio

Tras el asperísimo partido de Santiago venían los dos partidos de local de ambos candidatos contra los venezolanos – pobre gente, eran solo instrumentos para la clasificación de otros… -. El 20 de agosto los brasileños se dedicaron a aumentar su ventaja en la diferencia de gol por medio de un esperable 6-0 en el que la figura fue precisamente el reemplazo del expulsado Romário: el crack del Napoli Careca aportó cuatro de los goles (los otros fueron de Silas y un autogol). Este marcador obligaba a Chile a ganarle a Venezuela en el siguiente partido por al menos 8 goles de diferencia para no tener el yunque encima de salir obligado a ganarle a Brasil en el Maracaná en la última fecha. Si no ganaba por esa diferencia, no le iba a servir ni el empate.

Así que Chile afrontó su partido contra Venezuela en Mendoza (Argentina), el 27 de agosto de 1989 con toda la artillería: Aravena mandó desde el inicio a tres delanteros, el “Pato” Yáñez, Basay y al glorioso Juan Carlos Letelier a que hicieran mierda a la defensa venezolana. Pero lo que se dio en el “Malvinas Argentinas” esa tarde fue uno de los desperdicios de goles más grande que se ha visto en canchas sudamericanas, porque los chilenos con mucho criterio, amor propio y orden llegaban y llegaban al área venezolana con demasiada facilidad, desbordando por todos lados y tocando con velocidad ante los estáticos venecos… pero en el toque final la cagaban. A los 10 minutos el partido podía haber ido tranquilamente 3-0 a favor de Chile, pero los nervios y la responsabilidad engarrotaban los pies de los chilenos, que se comían gol tras gol de manera dolorosa e increíble. Hasta el minuto 15 no pudo Chile hacer el 1-0, cuando ya se había comido (sin exagerar) cuatro o cinco goles, y terminó el primer tiempo ganando 4-0. Había hecho la mitad de la tarea, pero la otra la mandó al carajo en el segundo tiempo, en el que sólo metió un gol más para ganar con un 5-0 el partido que fue insuficiente. Resultado: a Chile solo le servía ganar en el Maracaná si querían ir al Mundial.

El Bengalazo

Y llegó el día del fatídico partido, un frío 3 de septiembre de 1989. Si el ambiente en el partido de Santiago había estado pesado, el que hubo previo al del Maracaná era Chernobyl: la previa estuvo cargadísima, con acusaciones, habladera de mierda y desafíos de por medio. Lazaroni, por ejemplo, aportaba a la sensatez general con declaraciones como esta: «No vamos a recibir a Chile con los brazos abiertos. Estoy entrenando para un juego que es una guerra», que hicieron que desde la propia embajada de Brasil en Chile salieran con las tibias declaraciones de circunstancias para calmar el ambiente.

Los equipos que saltaron esa histórica tarde ante 132 mil espectadores (uffff) expectantes en el Maracaná, formaron así, adelante Andrea:

Brasil: Taffarel; Mauro Galvão; Jorginho, Aldair, Ricardo Gomes, Branco; Valdo, Dunga, Silas; Careca, Bebeto.

Chile: Roberto Rojas; Patricio Reyes, Hugo González, Fernando Astengo, Héctor Puebla; Alejandro Hisis, Jaime Vera, Jaime Pizarro, Jorge Aravena; Patricio Yáñez, Juan Carlos Letelier.

Viendo las necesidades y obligaciones de uno y otro, uno esperaría que Brasil se hubiera dedicado a quedarse quieto y dejar que los chilenos se gastaran tratando de hacer el gol. Pero curiosamente, el partido se dio al revés: desde el primer momento la táctica de los dos equipos fue clarísima, con Brasil mandando arriba hasta a Xuxa para conseguir la ventaja y Chile refugiado, saliendo lo justo y de manera muy precavida, tanto que se demoraba un mundo y el otro para acercarse a 500 metros del área brasileña, solo para que cuando perdieran el balón los locales se juntaran y lograran llegar a campo chileno con tres o cuatro toques. Así fue que “El Cóndor” Rojas se fue haciendo la figura y Chile no tenía cara de meter siquiera un susto. Los brasileños en cambio, tal vez acordándose de la fatídica experiencia de dos años atrás, salieron dispuestos a comerse el mundo a punta de goles y a dejar el césped del lado chileno pelado y sin vida como el terreno de las batallas de la Primera Guerra Mundial.

¿Por qué los chilenos no salieron con toda, o siquiera con precaución, a conseguir el gol sabiendo que ya no iba a haber un mañana? No sabemos. Probablemente fue el temor reverencial que inspira siempre O Scratch en general y ese equipo en particular – y más en el Maracaná -, o la propia sensación que, a pesar de su calidad y pundonor, eran inferiores a los brasileños… el asunto fue que durante los primeros 45 minutos La Roja no generó peligro. O tal vez confiaban en mantener el 0-0 hasta que los brasileños se desesperaran (si es que lo iban a hacer: recordemos que el empate les bastaba), para ahí sí matarlos al contragolpe.

No se sabe si la táctica de “espera-que-se-desesperen” les hubiera funcionado a los chilenos, porque a los cuatro minutos del Segundo Tiempo, el gran Careca metió el 1-0 que ponía el mundo patas arriba para Chile, pues tenían que salir sí o sí a atacar. Ahí sí les tocó a los visitantes pellizcarse y caer en cuenta que lo que estaban haciendo no les servía para una mierda, por lo que les figuró dejar la actitud contemplativa de la vida e irse al frente, sin dejar de cuidarse las espaldas para evitar que te vacunaran Bebeto o Careca y tratar de desesperar a brasileños para que hicieran alguna cagada (bueno, dos cagadas a estas alturas).

Así estaban las cosas al minuto 69, cuando de repente, en un momento random del partido, las cámaras de TV captan a Fernando Astengo haciendo gestos vehementes y ampulosos, y señalando a su propia área. Acto seguido la pantalla muestra a millones de estupefactos espectadores la imagen del arquero chileno Roberto Rojas revolcándose de dolor en el piso, en medio de un chorro de luz y humo. ¡Mierda! ¿Qué pasó? Leamos cómo lo contó años después el periodista deportivo Brian Homewood:

“Yo estaba en el estadio y, aunque ya había descubierto que el fútbol sudamericano podía ser increíble, no imaginaba lo que estaba por ocurrir. Desde arriba en la tribuna a la derecha, alguien lanzó una bengala al cielo. Pude ver claramente cómo el petardo bajaba despacio al suelo y, tal como ocurrió, se hizo evidente que iba a caer en la cancha. Observé, fascinado, cómo caía en el área chilena, llegando cerca del portero Roberto Rojas, quien se lanzó al suelo como si hubiera sido impactado. Toda la delegación chilena corrió a la cancha y rodeó a Rojas, alejando a los jugadores brasileños. Tras algunos minutos de histrionismo, Rojas fue sacado de la cancha en una camilla, cubierto de sangre. Luego los chilenos se fueron del lugar. El ánimo dentro del estadio se ensombreció”.

Increíble pero cierto: alguien desde la tribuna lanzó una bengala que parecía haber impactado al “Cóndor” Rojas. El shock aumentó a 9.9899 cuando la TV mostró la cara del “Cóndor” llena de sangre. ¡Qué locura!

Veamos lo que contó el árbitro del encuentro Juan Carlos Lostau:

“Detengo el juego. En ese momento el balón lo tenía Astengo sobre una de las bandas y voy a ver qué pasa. Cuando quiero llegar, porque estoy a 50 metros, me da la sensación de que la bengala no le pegó a Rojas. Pero no podía tener seguridad. Me llamó la atención que los jugadores de Chile corrieran rápidamente donde estaba Rojas. Entonces, no podía ver con claridad qué tenía. Sólo veía una mancha colorada, pero no tenía la certeza de lo que estaba ocurriendo. Les dije a los jugadores de Chile que me dejaran verlo, para que lo atendieran. Ellos se negaron. Entonces me corrí”

¡Cómo se les frunció el ñango a los brasileños! Porque con ésta salvaje agresión (o lo que todo el mundo tenía como tal) se les podía venir una sanción que los dejara afuera del Mundial por primera vez en su historia. Los jugadores chilenos estaban todos azarados y arengando e hijueputeando a todos los que hablaran más raro que ellos: fue en ese momento que surgió “La gran Pato Yáñez” cuando el gran delantero se agarró las huevas con toda la furia de la que era capaz mientras miraba desafiante a la tribuna detrás del arco de Rojas. Los chilenos decidieron retirarse aduciendo falta de garantías, a pesar de los ruegos de algunos de sus propios dirigentes y de los delegados de la FIFA y Conmebol que habían sido asignados al partido.

The big Pato Yañez

Ante esta situación el juez Lostau, después de 20 eternos minutos de viene que viene y de cogeculo, dio por terminado el encuentro. En el aire quedó la sensación que a los brasileños se les iba a ir hondo de alguna manera, aunque todos intuíamos que a Brasil, si mucho, lo iban a sancionar con un edicto publicado en los Clasificados de El Tiempo. Pero de todos modos el asunto pintaba para largo, y lo más crítico, para una sanción histórica para alguno de los implicados.

La marrulla

Mientras los médicos de la selección chilena atendían a Rojas en el vestuario – tenía un corte en la ceja -, ya había cuestionamientos y cejas levantadas por la veracidad de los hechos que acababan de pasar. Comenzando porque varios testigos afirmaban que la bengala que cayó al campo de juego, en realidad no había tocado al “Cóndor” Rojas. Incluso una versión que se repitió bastante esa misma noche y al día siguiente afirmaba que Rojas no había sido herido sino que le habían echado mercuriocromo, algo que fue desmentido no solo por la aparición pública del arquero después del hecho (tenía una cipote de venda en la frente más propia para atender a John F. Kennedy después de lo de Dallas que para un corte de bengala) sino por el informe médico oficial. Pero las dudas seguían porque mientras se cotejaban los testimonios y las pruebas visuales, era más que evidente que la bengala no había tocado a Rojas. Las pruebas más concluyentes venían del fotógrafo argentino Ricardo Altieri, que tomó al menos quince fotos en secuencia del momento preciso de la caída de la bengala: «Vi cuando el petardo venía y lo fotografié durante su trayectoria. Cayó un metro detrás del portero, que sólo entonces se echó sobre el petardo».

Esta foto es más contundente que puñetazo de enano

Pero todos estos cuestionamientos valían verga en Chile, porque allá casi nadie dudaba que habían sido víctimas de una agresión. Los ánimos patrióticos de por sí andaban fogoneados por la trascendencia de los hechos y por el trato de los brasileños después del evento. «Sacamos al Cóndor en una camilla. Cincuenta negros nos pegaban patadas camino al bus. Los policías se hacían los huevones. Meter la camilla al bus fue terrible. Nos fuimos directo al avión que nos había proporcionado el gobierno. Llegamos a las cuatro de la mañana», contó después sin mucho filtro Raúl Sabando, directivo chileno que había acompañado al equipo ese día. El público en Chile ya había dado su veredicto: cuatro mil personas fueron a manifestarse recién terminado el encuentro a la Embajada de Brasil en Santiago a protestar por la “injusticia”; para asegurarse de ser escuchados levantaron a piedra la embajada y de paso y ya que estaban, las oficinas de la aerolínea brasileña Varig.

Pero con el correr de los días las pruebas de un montaje chileno se acumulaban una tras de otra de manera implacable. Para los delegados de la FIFA y Conmebol esa tarde fue muy claro casi desde ese mismo día que le faltaba una pata al gato: «Hemos estado toda la noche viendo las imágenes ofrecidas por televisión. Tanto en ellas como en las fotografías se ve que el portero chileno no es alcanzado por la bengala», afirmó al día siguiente el delegado de la FIFA Agustín Domínguez en una entrevista a El País de España; teniendo en cuenta que Domínguez era el encargado de elaborar el informe para sus jefes en Zúrich la cosa pintaba negra para los de La Roja.

El hecho cierto es que por el momento, Brasil estaba clasificado al Mundial porque el acta oficial del partido lo daba ganador 2-0 por abandono del rival. Pero la FIFA igual inició una investigación por los hechos que, lógicamente, incluyó una entrevista al “Cóndor” el 25 de octubre de 1989 en Zúrich (había sido citado para el 10 de septiembre pero declinó ir por razones médicas) en la que se defendió peor que el DIM de Luis Zubeldía y que no lo dejó muy bien parado. Tras la declaración del arquero, la FIFA emitió un comunicado con la sanción: dado que definitivamente no se comprobó que la lesión a Rojas fuera producida por la bengala, y considerando la gravedad de los actos cometidos, se suspendía al arquero por tres meses para cualquier actividad futbolística y por el resto de su vida para partidos internacionales. Además se multaba a la Federación Chilena de Fútbol con 50 mil francos suizos.

Y que listo, que ojalá no vuelva a pasar. Y ya.

Viendo uno a los años de haber ocurrido todo este merequetengue cae uno en cuenta lo barato que la había sacado Rojas con esta sanción. Porque ajá, si las cabezas de la FIFA dan por sentado que hubo algo raro aunque no 100% comprobable, y aún así te meten una sanción que hace que en tres meses ya puedas volver a ganarte la vida como profesional… te fue más bien que un hp. ¿Qué no puedes volver a jugar con tu selección? Igual ya con 32 años encima y sin Mundial al que ir hasta dentro de cuatro años, te quedaba muy poco por hacer. Pero ni Rojas ni la Federación Chilena estaban de acuerdo, y decidieron, en una jugada que les salió peor que a Ur*be montando como su sucesor a Santos, apelar el fallo ante la FIFA. Esta decidió entonces conformar un comité investigador que hizo lo suyo a conciencia: re-entrevistó testigos, consultó expertos, verificó documentos y hasta hizo pruebas con el mismo tipo de bengala que se arrojó esa tarde-noche del Maracaná (el Dátolo pintoresco es que la bengala era de marca “Cóndor”… en serio).

Las conclusiones de la comisión investigadora fueron demoledoras: demostraron que Rojas se había hecho él mismo la herida, que los dirigentes chilenos en ese partido (al mando del recién saliente presidente de la Federación Sergio Stoppel) y el DT Orlando Aravena eran responsables por manejo inadecuado de la situación y por inducir/apoyar a los jugadores a retirarse del campo y que utileros y cuerpo médico mostraron manejo irregular. La bomba fue entregada a la FIFA a fines de noviembre, y esta reaccionó casi que de una: el 8 de diciembre de 1989 sancionó un nuevo fallo en el que suspendía a Rojas de cualquier actividad futbolística (jugador, DT, utilero) de por vida (al igual que al expresidente Stoppel y al médico), al DT Aravena y al central Fernando Astengo por cinco años, al utilero por un año… y castigaba a Chile con la exclusión del Mundial de 1994. ¡Chúpate esa! ¿Y Rojas aceptó que la cagó en ese momento? Ni por ahí: el tipo siguió insistiendo que era inocente, que era víctima de una injusticia, que la FIFA se la tenía montada, que era una afrenta contra el pueblo chileno, que… así por varios meses, pero cada vez era menos la gente que le creía y lo apoyaba.

El vergonzoso desenlace

Finalmente el portero se soltó: el 26 de mayo de 1990 la confesión de Rojas fue publicada en el diario “La Tercera”, y por fin se confirmó lo que ya casi todos daban por hecho. Ahí se supo que todo surgió de un comentario medio en broma-medio en serio del DT Aravena, que después Rojas lo empezó a maquinar con Fernando Astengo y que decidieron entre ambos, sin conocimiento de los demás, que si uno de los dos era afectado por algo, el otro pararía el partido. Que él se metió a la cancha con un bisturí envuelto en cinta, escondido en el uniforme, pendiente de una ocasión para disimular una pedrada, pero nada que podía porque había mucha gente detrás de su arco. Que cuando vio la bengala caer cerca de él, no la pensó y se tiró. Y desde ese momento ya no hubo reversa.

Hasta ahí le llegó la carrera

La confesión fue un alivio para el jugador pero a la vez una avergonzada decepción para todo Chile, que había creído casi en masa la teoría de conspiración en contra de ellos desde el primer momento. Después de tanto alboroto, de toda la verbonorrea vertida desde la prensa, directivos, jugadores, aficionados y hasta políticos y militares, después de tanto que se apeló al orgullo y al sentimiento nacional… resultó que todo el asunto que habían defendido era pura y física paja. La Federación Chilena pensó tiernamente que de algún modo que la FIFA iba a ver con buenos ojos la confesión de Rojas y con eso iba a rebajar la sanción… y no. Chile no pudo participar del Mundial de 1994.

Todo este bochorno solo sirvió para cagarle la carrera al que muchos coinciden que fue el mejor arquero chileno de toda la historia, y a un central que pintaba para ser leyenda también. Rojas se convirtió en una especie de paria al que nadie podía – aunque quisiera – darle trabajo: años después el gran Telé Santana lo contrató como entrenador de arqueros para Sao Paulo, club en el que Rojas jugaba en gran nivel cuando recibió la sanción. Pero oficialmente no podía ser empleado del club, así que todo el asunto era Cayetano. Recién en 2001 la FIFA lo amnistió en un comunicado en el que le levantaba la sanción. Astengo cumplió sus cinco años y retornó con 33 años encima al fútbol de su país, pero ya bastante rodillón.

¿Qué hubiese pasado si Rojas no hacía la pantomima esa del Maracaná? Era casi que cantado que igual Brasil ganaba ese partido, de acuerdo a como iba el juego y con el envión que tenían los locales (hasta el mismo “Pato” Yáñez dijo en el vestuario esa tarde, cuando aún estaba en discusión si se retiraban o no: “¿Y cómo chucha les hacemos dos goles en veinte minutos?”). Chile ya llegó a ese encuentro definitivo con la clasificación casi perdida por no haber podido sacar más ventaja en sus dos partidos ante los venezolanos, y lo que mostraron en Santiago ante Brasil (más nervio y ganas que fútbol) no daba mucha moral. Ahora, es probable que lo que pasó en Córdoba en 1987 haya sido una anomalía de la Matrix, pero no deja uno de pensar que con la calidad de esa delantera + algo de inteligencia y serenidad, ese equipo chileno hubiese llegado al Maracaná con la ventaja del empate. Me parece, y esto es una especulación propia, que a los chilenos se los comió el personaje desde el mismo inicio de las Eliminatorias hasta el oso de ese 3 de septiembre en Rio de Janeiro. Una pena.

Bonus Track: A Fogueteira

¿Quién arrojó la bengala? Resultó que fue una muchacha de 23 años, llamada Rosenery Mello, que ese día entró al estadio con unos petardos camuflados que, según declaró después, no eran de ella: “Cuando iba a entrar en el estadio, un hombre negro y alto me pidió que le introdujera los petardos dentro [o sea, no a él sino dentro del Maracaná… hay que aclarar], porque los policías no revisan a las mujeres (…) Pero dentro del Maracaná ya no vi a ese hombre, y me quedé con sus cosas”. La pelada, que por primera vez en su vida entraba al Maracaná (!), se dejó llevar por el ambiente de farra y fiesta y decidió lanzar una de las bengalas que tenía consigo. “La cosa se me escapó de las manos y ni sé en qué dirección se fue” declaró una llorosa Rosenery posteriormente.

Tras el mierdero los espectadores alrededor la sapearon y la policía la agarró: una hora después ya estaba identificada y detenida, pero la policía no presentó cargos al comprobar que no tenía antecedentes, y la soltó al día siguiente. Por unos días la pobre Rosenery fue uno de los personajes odiados de Brasil: la perseguían, le reclamaban y la asediaban con preguntas y entrevistas en las que salía invariablemente con cipote de cara de cagada y diciendo que no había querido de ninguna manera originar el problema en el que metió a la selección de su país. Finalmente la marea se fue calmando hasta que se disipó totalmente al confirmarse la clasificación de Brasil al Mundial. Pero ya a esas alturas la nena era famosa y tenía el apodo montado de A Fogueteira, y aprovechó los quince minutinhos tan bien que incluso se ganó 40 mil dólares de cuenta de unas fotos ehh, artísticas, en Playboy. Pero tiempo después cayó en el olvido, y murió en 2011 de un aneurisma… cómo come la gente de cuenta del fútbol…

3 pensamientos sobre “Bengalazo en el Maracaná: el Brasil – Chile por las Eliminatorias a Italia 90

  1. muchas gracias, no saben cuanto tiempo llevaba entrando esperando un post, lo unico que me queda es el programa de pelaez con de francisco y ustedes por fa no dejen morir esta pagina.
    Que paginas puedo leer es las que existan mas anecdotas como esta?

  2. Gusto volverlo a encontrar por estos lares. Como que los chilenos no aprendieron del caso de los cachirules en Mexico. Si hubieran visto dicho caso, no hubieran apelado la primera sanción que le impusieron y la cosa se habria calmado. Pero usted sabe que a los de la FIFA nos le gustan que le refuten sus decisiones y paso lo que paso. Si a Chile no la hubieran sancionado, para las siguientes eliminatorias nos habria tocado con ellos completando el grupo con Argentina, Paraguay y Peru. En esos momentos Chile contaba con la base del Colo-Colo campeon de la Libertadores del 91 y con zamorano ya consolidado como la figura de dicha selección. Quien sabe como hubiera sido la historia jugando contra ellos en esa eliminatoria.

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