La madre de todas las churreteadas: Francia en las eliminatorias a USA 94
Aunque no lo crean, las churreteadas no son patrimonio exclusivo de los deportistas colombianos: también en otras partes se cagan, y bien feo. Una de las más legendarias de la historia del fútbol fue la de Francia en las Eliminatorias a Estados Unidos 1994, y acá vamos a contártela.
El fútbol tiene caminos bastante misteriosos para los afortunados que tienen la dicha de vivir de él. Por ejemplo, decir que el Chaka Palacios estuvo en un Mundial y Willington Ortiz no, te da que pensar bastante acerca de los azares del puto destino. Pero ahí algún francés te saltará diciendo que cual Chaka ni que Mon Dieu: que a ellos les tocó ver como un coso como Stephane Guivarc´h fue campeón del mundo, mientras el gran Eric Cantona, uno de los más emblemáticos jugadores del fútbol mundial en los años 90, ni siguiera fue a un Mundial. El caso del gran Willy se explica porque no tuvo la culpa de ser una isla en medio de un triste y yermo desierto color zapote. Pero lo de Cantona es inentendible si consideras que el man hizo parte de una brillante generación de futbolistas que protagonizó una de las mayores churreteadas jamás vista en un campo de juego: la de la selección francesa que tuvo todo para clasificar sobrado al Mundial 94, y a la que físicamente se le hicho achí. ¿Cómo fue? Para bolas.
Francia y la irregularidad: unos viejos amigos
Las Eliminatorias para el Mundial de 1994 fueron las primeras en Europa en las que se formaron grupos de seis y siete equipos, en vez de los cuadrangulares y pentagonales de antaño (y más atrás aún, triangulares). La lógica detrás de esto fue por la aparición de cinco nuevones en la UEFA (Estonia, Letonia, Lituania, San Marino, Islas Faroe) y el ingreso de un desterrado (Israel), aunque también hubo la desaparición de algún otro (República Democrática Alemana). Casi todo esto que contamos fue consecuencia de los tiempos tumultuosos que se vivían por ese lado del charco por esos días, lo que derivaba también en alguna que otra situación atravesada, como ver a Checoslovaquia comenzando Eliminatorias como un estado y terminándolas como dos (les tocó jugar como dizque la “Representación de checos y eslovacos” en los partidos finales del grupo).
Pero el aumento de participantes no implicó mayor cantidad de cupos al Mundial, así que continuaban habiendo grupazos bravos, de los que solo clasificaban dos en cada uno y en los que hubo más de una sorpresa. Por ejemplo, en el Grupo 1 muchos apostaban por la ascendente Portugal para pasar junto con la ultrafavorita Italia, pero al Mundial terminó acompañando a la Azzurra la sorprendente Suiza de Chapuisat y Sforza, que quedaron un puntico por encima de los lusos. En el 2 estaba casi que cantado que pasaban Inglaterra y Países Bajos, pero sin que nadie lo esperara, se colaron los rústicos pero eficientes noruegos sobre los ingleses, y los dejaron sin Mundial.
Y en el grupo 6 pintaba como favorito Francia, por encima de los que se esperaba disputaran el otro cupo: Suecia, Austria y Bulgaria, y con Finlandia e Israel como comparsas. Los franceses tenían una generación bastante calidosa: comenzando por los megacracks Eric Cantona y Jean-Pierre Papin, que estaban secundados bastante firmemente con tipos como David Ginola, Marcel Desailly, Laurent Blanc, Emmanuel Petit, Didier Deschamps, Franck Sauzee y Reynald Pedros. En resumen, un combo de pe a pa. Con parte de esta armada habían llegado a la fase final de la Euro 1992, en la que, mira tú, arrugarían inesperadamente contra el posteriormente campeón Dinamarca.
Les Bleus, dirigidos desde 1992 por el futuro conocido en la Premier League, Gerard Houllier, tenían toda la confianza de volver a un Mundial después de pifiarla en el anterior. Ah, sí, porque venían de un bache después de su época gloriosa de la primera mitad de los 80; se habían perdido de ir a Italia 90, en la que con los restos de la generación gloriosa de los 80 y los inicios de esta, se quedaron en el grupo en el que pasarían Yugoslavia y Escocia. Así que para Francia había una buena carga de presión, aderezada además por el oso que supondría no clasificar en la edición inmediatamente anterior al Mundial que iban a organizar.
De los demás equipos del grupo, Suecia estaba, digamos, más en la retina del pueblo debido a su llegada a semifinales en la Euro 1992 que se jugó en su casa. Los suecos eran lo que les hemos visto casi siempre: un montón de manes no muy dúctiles pero tremendamente utilitarios y eficientes, con el toque y diferencia de uno o dos calidosos. En la selección de 1994 este último rol lo llevaban el talentosísimo volante del Parma Thomas Brolin, y el letal delantero de Moenchengladbach Martin Dahlin (aka «ve, está jugando un negro con Suecia, jiji»). Pero los búlgaros, a pesar de llevar varios años sin clasificar a nada serio, no eran unos aparecidos ni por ahí. El más conocido de ellos era, por supuesto, el crack del Dream Team de Cruyff: el talentosísimo, temperamental y jodido Hristo Stoichkov. Pero no estaba solo: lo secundaban tipos con años rindiendo a full en clubes del en ese entonces parejísimo fútbol europeo: Lubo Penev (Valencia), Krasimir Balakov (Sporting de Lisboa), Emil Kostadinov (Porto) o Yordan Letchkov (Hamburgo), entre otros.
Pero volvamos a los franceses, que iniciaron el viaje a su ansiado retorno a Mundiales el 9 de septiembre de 1992 con un estrellón: derrota 2-0 en Sofía. Pero antes que se prendieran las alarmas, los de azul se recuperaron con una seguidilla de victorias ante Austria (x 2), Israel, Suecia y Finlandia, que los colocaron con 10 puntos – eran dos puntos por PG – al tope del grupo como colíderes con los suecos, faltándoles a ambos cuatro partidos por disputar. Precisamente el séptimo juego de franceses y suecos iba a enfrentarlos en Estocolmo, el 22 de agosto de 1993, en un partido crucial para agarrar medio tiquete a Estados Unidos. Porque el ganador se colocaría tres puntos por encima de una Bulgaria que, luego del inicio triunfal ante Francia, pintaba para desinflarse: cedió puntos muy maricamente contra una cuasi eliminada Austria en Viena (derrota) e Israel en Sofía (empate).
Al minuto 77 del partido en Estocolmo el asunto parecía casi que cocinado para los franceses: en ese momento Franck Sauzee clavó un ramalazo desde la media luna al ángulo derecho del arco de Ravelli que colocaba el 1-0 para la visita. Pero al minuto 87 (!), el volante multiusos Jonas Thern (en ese entonces en Napoli) mete un pase totalmente quirúrgico en medio de la defensa gala, que ve como recibe solito – y habilitado – la culebra de Martin Dahlin, el cual no perdona solo frente a Lama. No hubo más goles, y aunque traerse un empate de Estocolmo en la previa era un negociazo, tras consumado el partido quedaba para los franceses la ardidez de haber dejado escapar Le Baloté.
Sin embargo, los resultados de la siguiente fecha volvieron a encarrilar el asunto para Les Bleus. Estos no solo ganaron en su visita a Finlandia, sino que búlgaros y suecos se escoriaron entre sí al empatar en Sofía. El que peor quedaba era Bulgaria, que comenzó ganándole a los suecos en un semidespoblado estadio Georgi Asparuhov de Sofía (gente falta de fe, carajo) con un penal compradísimo por el árbitro a un piscinazo de Balakov. Pero cinco minutos después, el gran Trifon Ivanov metió tremendo pase entre líneas, que no fue muy aplaudido por su público debido a que, lastimosamente, fue a un contrario: nada menos que al eficiente Martin Dahlin (estaba afiladito por esos días), que no desaprovechó y empató el encuentro de manera definitiva. 1-1 que dejó a los búlgaros con un olor a formol que se sentía hasta Plovdiv.
¿Por qué? Porque con estos resultados, y faltando dos partidos a cada uno de los tres aspirantes a los dos cupos del grupo, Francia lideraba con 13 puntos, Suecia lo seguía con 12 y más abajito iba Bulgaria con 10. Lo que implicaba que Francia necesitaba solo ganarle a la débil Israel en París en la siguiente fecha para ir de una al Mundial con una fecha por jugar. Y que incluso, en caso de una catástrofe ante Israel, podían hasta darse el lujo de empatar contra Bulgaria un mes después, también en París, para ir a Estados Unidos. Facilito.
Los suecos también dependían de si mismos: con ganarle de local a Finlandia en la siguiente fecha, ya coronaban clasificación sin importar lo que pasara en la última jornada. Pero para Bulgaria el panorama estaba más tenebroso y peludo que cantante escandinavo de black metal: tenía que ganar sí o sí los dos partidos que le restaban, y además, esperar que Francia perdiera los suyos. Ajá, nada más eso.
Primer match point
El 13 de octubre de 1993 los aficionados parisinos asistieron el viejo estadio Parc des Princes para gozar la fiesta de la francesidad contra los israelíes, que ya estaban eliminados hacía rato y llegaban a París solo a cumplir el compromiso. Pero a los franceses les dio la pálida, o se confiaron, y comenzaron perdiendo con gol de Harazi a los 21 minutos. Afortunadamente para los locales, Franck Sauzee y David Ginola voltearon la torta antes del entretiempo para tranquilizar el ambiente. Pero la fiesta se fue apagando de a poco en el segundo tiempo a medida que los israelíes iban agarrando confianza e invadiendo territorio (perdón) local. Con arrancadas lideradas por el peligrosísimo Ronny Rosenthal (el que nos hizo parir en 1989), los visitantes engorilaron a los franceses, y el estadio se fue convirtiendo de a poco en ese inquietante mar de murmullos que socava como ácido muriático a cualquier equipo en una situación así.
Así iban las cosas hasta el minuto 82, cuando los israelíes tocan con total precisión – e impunidad – el balón en el campo francés; entrando al área remata uno, saca Bernard Lama el gol de un manotazo felino, pero el rebote lo agarra el ingresado Eyal Berkovich que, ante el arco solo protegido por el gigante Marcel Desailly, mete un puntazo suave que no alcanza a sacar el defensor (le metió la mano y la pelota terminó entrando tras rebotarle en el pie). Empate a dos, y el murmullo en el Parc des Princes se volvió una oleada de silbidos. Que aumentaron cuando al minuto 90, Reuben Atar mete de cabeza un centro que le tiró un afiladísimo Rony Rosenthal tras desbordar a los aterrados – y como que pasmados – defensores franceses. Batacazo en París: 3-2 ganó Israel el que sería su único triunfo de esas Eliminatorias (!).
Lo peor del partido para los franceses no fue la derrota con ese horrible equipo israelí, ni la noticia que los búlgaros ese mismo día seguían vivos al meterle un 4 a 1 a Austria en un casi vacío estadio en Sofía. Lo más inquietante fue la sensación que quedó en la retina de todo el mundo que a los jugadores franceses se arrugaron en el momento decisivo. Aún quedaba el último partido, de local y contra Bulgaria: un empate era suficiente para clasificar a los franceses al mundial. Me imagino a la afición francesa llenando los cafés y bares todo el mes siguiente al partido con Israel, en tertulias cargadas de preocupación disimulada con un “No puede ser, no creo que estos maricones se vayan a cagar ahora, no, no creo, si tenemos un equipazo…”, algo parecido a lo que muchos hacíamos en los bares y cantinas de Colombia días previos al partido contra Estados Unidos en el Mundial 94, pero esa es otra historia.
Segundo Match Point
Y llegó el día definitivo: el 10 de noviembre de 1993 se llenó el estadio en París para ver a sus muchachos contra unos búlgaros que tenían más que ganar que perder a estas alturas del partido. Ya los suecos habían hecho su tarea en la fecha pasada y habían agarrado uno de los dos cupos al Mundial, así que todo se definiría entre los dos contendientes del Parc des Princes de esa noche.
Las alineaciones fueron las siguientes:
Francia: Bernard Lama, Marcel Desailly, Alain Roche, Laurent Blanc, Emmanuel Petit, Didier Deschamps, Paul Le Guen, Franck Sauzee, Reynald Pedros, Jean-Pierre Papin, Eric Cantona.
Bulgaria: Borislav Mikhailov, Emil Kremenliev, Trifon Ivanov, Petar Khubtchev, Tsanko Tzvetanov, Yordan Letchkov, Zlatko Yankov, Krasimir Balakov, Emil Kostadinov, Lyuboslav Penev, Hristo Stoitchkov
Por parte de los locales, el DT Houllier había hecho un cambio respecto del equipo que perdió contra Israel: adentro un volante (Pedros), afuera un delantero (Ginola), me imagino por prevención ante el feroz ataque visitante. Si fue por esto, era lo lógico considerando que tener en frente a un tridente Kostadinov – Penev – Stoichkov era como sacar un iphone en el centro de Medellín de noche.
La ceremonia de los actos previos mostró lo de siempre: el frondio himno visitante fue silbado con desdén por el publico, y uno al ver el video cree adivinar gritos fastidiados de «acaben ya ese hijueputa himno tan largo, llave» en francés. Por su parte La Marsellesa confirmó ser el mejor himno del universo, y como tal fue cantado con emoción por el respetable, no tanto por los jugadores. No entiende uno cómo Francia no es potencia mundial teniendo este himno tan putamente glorioso: lo pones un día en todo el país, simultáneamente, y en menos de un año ya están instalados en la otra orilla del Rin.
Como era de esperar, los búlgaros comenzaron llevando la iniciativa: manejaron la pelota y trataban de distribuir rápido. Los ataques los comandaba Balakov en el centro, detrás de Stoichkov – que inició bien pegado a la banda izquierda -. Penev de mediapunta, pivoteando y Kostadinov a la derecha. Los franceses instalaron bien arriba a Cantona y Papin, con Pedros como lanzador, y no se echaron atrás, pero se cuidaron bien de mandarse a atacar a este equipo jodido que manejaba con bastante criterio la pelota, y en el que cada vez que la agarraba Balakov se le notaba el toque de calidad de un crack de nivel top. Eso sí, los locales iban con la pata bien arriba, llegando a cruces casi como pasados de perico, y no sé si eran la permisividad de esos tiempos, o el árbitro localista, o que me estoy volviendo marica, pero sí estuvo suave el sapo de negro con los franceses.
Francia intentaba con pelotazos de Pedros y centros desde la lateral que casi siempre rebotaban en el muro de Ivanov y Khubtchev, o por el piso con Papin y Cantona cepillándose los tobillos con los marcadores de blanco. En resumen, aunque los visitantes llevaban el impulso por la necesidad, el partido estaba parejo. Y se desemparejó al minuto 32: enésimo centro desde la derecha al área búlgara que, esta vez, agarra desubicados a los centrales (Trifon Ivanov había subido no sé a qué carajo). El centro lo pivotea de cabeza, de manera elegante y precisita por Papin a Cantona que, entrando en la esquina del área chica, empalmó un sablazo con la derecha, y gol: 1-0. El gol – si lo ves es casi que igualito al que le hizo Blanc a Paraguay cinco años después – pareció asentar más a los galos, que por minutos tomaron el mando del encuentro y ponían a sudar a los búlgaros con los pases de Deschamps y Sauzee a los de adelante. Era cosa de aguantar el 1-0 hasta entretiempo, para echarle toda la presión a los visitantes.
Pero no: a los 37 minutos Blanc quita limpiecita una pelota de ataque en su área; intenta salir jugando con un compañero por derecha, pero al receptor lo anticipa Tzvetanov, que se va a mandar el centro y es cubierto por el mismo Blanc. Tiro de esquina que cobra Balakov y, en la esquina del área chica Emil Kostadinov con sus 1.75 m de altura le gana en el cabezazo a las torres Sauzee y Petit, y empata el partido.
No sé que les dijo el técnico francés Gerard Houllier a sus dirigidos para levantarles el ánimo en el entretiempo, para apelar a su espíritu ganador, a la historia francesa, a Clodoveo, Carlos Martel, Carlomagno, Enrique IV y Napoleón. No sé que les dijo, pero no sirvió para un culo: los galos salieron al segundo tiempo como engarrotados, viendo como los cada vez más confiados búlgaros tomaban totalmente el partido en sus manos. La visita la hacía muy bien, porque rara vez apelaba al ollazo sino que, sabiamente, aprovechaban la calidad de los volantes Lechkov y Balakov para hacer circular el balón, retener medio segundo para ordenar el ataque, y mandarlo después para que los tres de arriba hicieran sudar aceite quemado a los defensores franceses.
Kostadinov en particular era una culebrita: corriendo, desbordando, no dejándosela quitar, y yendo para adelante para tirar la pelota en el medio a ver qué resultaba. La mole Penev era un tipo que parecía un escaparate pero tenía un criterio buenísimo para pivotear, chocar, lastimar, y pasar con un oficio mayor al que le supone uno viéndolo así grandote. Stoichkov hacía la suya desde su banda, y hay que decir que el gran Hristo fue el que menos pesó, en gran parte porque Desailly lo tenía encimadito y no lo dejaba solo; por ratos le tocó echarse atrás para jugar desde el medio.
Desde los 10 minutos más o menos del segundo tiempo los franceses comenzaron a sacudirse, y vieron su oportunidad contragolpeando con bastante peligro. Pero los lapsos de ataque de uno se veían sucedidos por las oleadas del otro, así que el partido fue creciendo en intensidad, emoción y paridera, que me imagino para los hinchas involucrados fue una muerte a cuentagotas pero para el público neutral fue algo digno de ver.
Ya promediando el segundo tiempo, la presión de los búlgaros bajó y Francia se adueñó más aún del trámite. Sea por cansancio o por bajoneo, los de blanco ya no llegaban asociados, sino que mandaban pelotazos que eran rechazados sin más por Blanc, Roche o Deschamps. La pelota se jugaba en campo visitante pero los locales no aprovechaban las ocasiones que generaban, y los nervios afloraban cada vez más. Y es que sí, tuvieron varias ocasiones: como un tiro de Ginola (entró por Papin a los 68 minutos) que salió pegado al palo derecho de Mikhailov, o un disparo desde fuera de Sauzee (jugadorazo), bajo y venenoso, que agarró bien el portero búlgaro, faltando 10 minutos. Precisamente a Sauzee lo cambió Houllier a los 80 por Guérin, en una decisión que solo se puede entender que era para refrescar el equipo: al mono este, peligrosísimo con sus disparos desde lejos, y uno de los buenos creadores del juego francés, no era para sacarlo ni por el hp.
Los últimos minutos del partido vieron lo previsible en casos similares: la selección necesitada del resultado fue con todo al matar o terminar de morir, y los que defendían la exigua ventaja se replegaron cada vez más a rechazar y rezar. Es fácil hablar a tantos años de distancia, pero ¡cuántas veces no hemos visto que terminan volteando la torta a un equipo que se echa para atrás! Los franceses le regalaron el campo, y la pelota a los búlgaros, que con solemnidad pero a las apuradas bombardeaban el campo local con y como podían. Pero no había ocasiones de gol así como decirlo, inminentes, y era más la angustia por el reloj que otra cosa. Arriba Ginola y Cantona estaban abandonados a su suerte, a ver qué podían inventarse para tener el balón lejos de su área.
Y a los 44 minutos del segundo tiempo, con todo francés dentro y fuera del estadio respirando dificultosamente a causa de la obstrucción de la vía traqueal por presencia anómala de huevas, vino LA jugada. Ginola agarra un balón casi desde media cancha y se va, con mucho criterio y maña, con él en los pies hasta que es fouleado arriba, al lado del corner. Era un momento ideal para enfriar el partido, para pasarse la pelota entre uno y otro de azul hasta que muriera el encuentro, y así hasta lo entendió el público, que respiró con alivio. Tanto así que al área solo se ubicó Cantona más para estorbar que para esperar el centro. Pero imagínate que los franceses juegan el balón y Ginola mandó el centro al área (!). Que, como era de esperar, terminó agarrando un búlgaro, que se la pasa a Balakov, este a Lubo Penev que, en la mitad del campo, manda al vacío un pase bombeado pero muy bien puesto a la derecha para Emil Kostadinov. Este picó, controló el balón ante la tibia marca de Roche, entra al área y ante la encimada desesperada de Blanc, manda un fierrazo que se mete exactamente donde tenía que meterse en el arco francés, bien cubierto por Lama. Gol, sorpresa, dolor, épica y euforia, todo en uno, exactamente cuando el reloj marcaba los 45:00 del segundo tiempo.
Literalmente no hubo tiempo para más: un minuto después, el árbitro dio por finalizado el cotejo. La transmisión francesa no mostró nada de la que tuvo que ser alocada e incrédula celebración de los búlgaros, sino que se fue, con masoquismo y saña, con el dolor de los perdedores: Blanc, Petit, Deschamps, Desailly y sobre todo, Ginola, el indirecto causante de todo ese momento. La vieja Francia se había churreteado vergonzosa e increíblemente y no iba a estar en el Mundial de 1994.
Epílogo
¿Fue la madre de todas las churreteadas? Yo diría que sí. No solo por este partido, que perdieron ante un rival en mal momento pero con mucha calidad en la cancha, y en una jugada más o menos aislada. Sino por cómo llegaron aquí (la derrota ante Israel fue increíble y demasiado cagona), cómo no supieron manejar este partido, cómo no concretaron ni cerraron como era, cómo se les escapó la clasificación dos veces seguidas y ante su propia gente. Lo increíble de todo es cómo apenas cinco años después, varios de estos que se les manchó el pantalón esa noche, llenaron de gloria a su país, además siendo figuras.
Aunque si lo vemos del otro lado, podemos decir que lo de los búlgaros esa noche fue una hazaña épica, una muestra de caracter y clase, que le dio el impulso inicial para la consagración de la generación más exitosa de su historia. Sea lo que fuera, el momento previo, durante y posterior del 2 a 1 de Kostadinov hacen parte de uno de los momentos más dramáticos y bellos del fútbol mundial.
Lo que pasó con esa selección búlgara en el Mundial de Estados Unidos es ampliamente conocido: inauguraron el periodo más brillante de su historia. En Francia el asunto fue una tragedia que aún hoy se recuerda con ardidez. Lo más suave que se dijo en ese momento en Francia fue del calibre de “Somos unos burros…” (dicho por Didier Deschamps). Gérard Houllier, con mucha razón pero con menos autocrítica que Jorge Luis Pinto, le echó toda la culpa a David Ginola por esa jugada que derivó en el 2-1. Por su parte, Stoichkov aportó con la buena onda que lo caracterizó siempre, esta declaración plena de tacto y diplomacia:
Y pensar que un mes antes nos veíamos eliminados… Los franceses tenían tanto miedo que jugaron atenazados. Sabíamos que iban a comportarse así. Nuestra táctica se basaba en ese parámetro. Jugaron a empatar, no buscaron nunca la victoria. No merecían clasificarse. Los machacamos cuando más daño les hacía.
Lo más sorprendente de todo es que a los integrantes de esa selección francesa no los deportaron inmediatamente y de por vida a cortar gajos de plátano a la Guyana Francesa: como dijimos, de ese equipo que salió a cagarse esa noche parisina al menos cuatro (Desailly, Blanc, Deschamps y Petit) se reivindicaron años después, de hecho bajo la dirección del ayudante de Houllier en 1993. ¡Y nosotros que crucificamos a una selección preolímpica sólo por perder 9-0 con Brasil, cortando así la ascendente carrera de cracks como Portocarrero y Robinson Zapata!
Llena de sorpresas estuvieron las eliminatorias a ese Mundial. Por fuera se quedaron Inglaterra, Portugal, Francia, Dinamarca y Uruguay para permitirnos gozar con el espectáculo que brindaron en canchas norteamericanas Noruega, Suiza, Grecia, Irlanda y Bolivia, aparte de la no participación de una sensacional Yugoslavia desmembrada como país.
Mucha gracia que los gringos le hubieran dado una segunda oportunidad al fútbol después de ese Mundial tan descafeinado.
Pocas veces se lee tanta groseria en un articulo que parece mas un libro muy mal articulo terribles las expresiones espero nunca mas vuelvan a publicar algo asi que pena leer cosas tan pobres y tan corrientes
A usted lo dejaron caer de chiquito cierto?
Y varias veces…
Gran post. Es increíble esta historia. Especialmente porque, tal cual reseñas en el post, 4 años después varios de estos manes se bajaron a Italia, a Croacia (con diez hombres) que era un equipazo y a Brasil.
Pobre el GRAN Erick Cantoná. Lástima lástima… Y qué termo HERMOSO (?) era Stoichov. Aparte de crack.
No me canso de esta historia. Francia desde los 80’s tuvo esas cosas: un mundial partía como favorito y al siguiente daba asco o verguenza.
Gran Post. Está bien, Bulgaria era un equipo con un par de cracks, pero Israel!!!!! Imperdonable.
El técnico francés le echó feo la gente encima al pobre Ginola, al hacerlo responsable de esa tremenda defecada: «Ha mandado un mísil al futbol francés, ha cometido un crimen contra el equipo». Eso lo llega a hacer un técnico acá y ese jugador no llega al siguiente día. A Ginola lo llegaron a acusar incluso de haberse vendido, lo que pareciera verdad si miras el desarrollo de esa última jugada, era solo cuestión de hacer tiempo, de irse a la esquina y hacerse el marica, simular alguna falta o algo. Pero este man prefirió tirar un bombazo al área búlgara que se fue de largo, si ves la jugada solo hay un jugador de Francia en el área y el balón lo pasa sobrado, no hay nadie en el otro lado, ahí es cuando la toma el jugador búlgaro y se inicia la jugada fatal para les blues.
Esa jugada le representó a David Ginola el odio y desprecio de sus coterráneos, nunca se lo perdonaron, a tal punto que se tuvo que ir para Inglaterra a continuar su carrera futbolística, donde mira tú, le fue muy bien primero en Newcastle y luego en el Tottenham, finalizando su carrera en el Aston Villa en la época en que estaba Juan Pablo Angel, y posteriormente en el Everton.